--Qué dolor de cabeza...--
Fue lo primero que pude decir cuando la luz de mi habitación atravesó con tanta fuerza mis globos oculares que sentí como si dos flechas se calvaran en ellos, taladrándome el crebro. Con mucha dificultad me levanté de la cama con una sensación de mareo propia de una noche de dormir poco y beber mucho. Sentí una puzada de dolor al incorporarme de la cama, a la altura de las costillas derechas, al acercarme a mi cuarto de baño pude ver desde el espejo el gran cardenal que cubría la mitad de mi torso.
**Maldita cerda... nunca te fíes de una tía buena, sobretodo si dice interesarse por ti mismo...**
Con decepción recordé la trágica noche que viví, y como una bella mujer conseguía engañarme para llevarme a un callejón oscuro, en teoría para dar rienda suelta a nuestra pasión, y que en vez de eso, me puso delante de unos matones para que robaran todo mi dinero. Me miré en el espejo, unas grandes ojeras poblaban los párpados inferiores de mis ojos, aparte de eso todo estaba bien.
--Bueno, al menos no se cebaron con mi rostro...--
Decidí que no podía volver a cometer el mismo error, que para la próxima vez estaría preparado para poder huir, o al menos defenderme. Me embadurné la cara de crema hidratante y los párpados de crema rejuvenecedora, además de lavarme el peli y acicalarme, ya que la apariencia es lo más importante en esta vida. El dolor y los mareos martilleaban mi cabeza, así que decidí tomarme un par de analgésicos para que se me pasara un poco el malestar que tenía. Crucé la mansión para dirigirme a la cocina y prepararme un café rápido.
**¿Dónde estará ese mocoso?**
Pensé al no recibir señales de vida de mi hermano Arion. Cuando me tomé el café y se me pasó un poco el dolor de cabeza me puse mi chaqueta larga verde y salí de la mansión en busca de un gimnasio o sitio para poder aprender a defenderme. No iba a volver a permitir que me volvieran a robar de nuevo unos necios ladronzuelos, y mucho menos dejarme engañar por una chica mona.